31 de octubre de 2010

Historia de Halloween

Halloween es una fiesta de la cultura anglosajona que se celebra en la noche del día 31 de octubre.
Sus orígenes se remontan a los celtas, hace más de 2.500 años, cuando el año celta terminaba al final del verano, el día 31 de octubre de nuestro calendario (Samhain). El ganado era llevado de los prados a los establos para el invierno. Ese último día, se suponía que los espíritus podían salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos para resucitar, pedirles alimentos y maldecirles. Les hacían víctimas de conjuros si no accedían a sus peticiones: me das algo o te hago una travesura, que es la traducción de "Trick or Treat" (Truco o Trato).

Para evitarlo, los poblados celtas ensuciaban las casas y las "decoraban" con huesos, calaveras y demás cosas desagradables, de forma que los muertos pasaran de largo asustados. De ahí viene la tradición de decorar con motivos siniestros las casas en la actual víspera de todos los santos y también los disfraces. Es así pues una fiesta asociada a la venida de los dioses paganos a la vida.
La iglesia de Roma decidió convertir la festividad al catolicismo. Se instituyó el 1 de noviembre como el Día de Todos los Santos, que en Inglaterra se denominó "All Hallows' Day", y la noche anterior "All Hallows' Eve" que posteriormente derivó en "Halloween".

La fiesta fue exportada a los Estados Unidos por emigrantes europeos en el siglo XIX, hacia 1846. Sin embargo no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921. Ese año se celebró el primer desfile de Halloween en Minnesota y luego le siguieron otros estados. La internacionalización de Halloween se produjo a finales de los años 70 y principios de los 80 gracias al cine y a las series de televisión.


Fuente:
Halloween.com

30 de octubre de 2010

El reinado más corto de la historia

Durante siglos venía siendo habitual que el centro del poder lo ostentasen las monarquías, aunque a día de hoy es ya en muchos casos algo meramente testimonial, una herencia del pasado que se intenta respetar. Atras quedan las etapas en las que los reyes duraban años y años en el poder y regían con mano de hierro, como Luis XIV, que se mantuvo 72 años en el trono.

Sin embargo, en contraposición a estos longevos reinados, también ha habido reinados cortos. El más corto de ellos fue el de Luis Felipe de Portugal, que fue rey del país luso durante tan solo 20 minutos, en 1908. Esto se debió a que tanto él como su padre, el rey Carlos I, sufrieron un atentado y, mientras el padre murió en el acto, el hijo sobrevivió. Éste, inmediatamente fue coronado como rey, pero solo 20 minutos después murió a consecuencia de las heridas producidas por el atentado.

A pesar de su breve ‘reinado’, a Luis Felipe no se le ha reconocido como rey de Portugal. La corona la heredó su hermano menor, Manuel, que pasaría a la historia como Manuel II, el último rey de Portugal. Al cabo de 2 años de ostentar el poder, se produjo la revolución republicana, que tuvo como primera consecuencia su exilio.


Fuente:
Saberia

29 de octubre de 2010

Las ofrendas incas

Los incas poseían una sólida economía agraria basada en pisos verticales, es decir, cultivaban en terrazas creadas sobre cerros. Esta forma de agricultura potenció el Tahuantinsuyo, estado compuesto por unos 20 millones de personas. Este estado era gobernado desde Cusco, capital del Imperio, por el Inca, cuyos parientes directos le ayudaban, repartidos por diferentes ciudades y gozando de grandes privilegios. En el otro extremo estaba el hombre común, llamado runa, que era considerado como una unidad de producción al servicio del Estado. Vivía en casas de adobe y paja junto a las tierras de cultivo en las que trabajaba y que no eran de su propiedad sino de la comunidad donde se hallaban.

Esta estructura social se reflejó en la religión a través de la veneración a los elementos naturales ligados a la agricultura. El estado potenciaba las creencias religiosas organizando numerosas ceremonias. En estas ceremonias el pueblo ofrecía voluntariamente regalos a sus dioses, pero además existían muchos otros tributos obligatorios.

Uno de estos tributos obligatorios recaía sobre los propios seres humanos, al considerarse el Estado dueño de las vidas de sus súbditos. Era el tributo concerniente a los niños y niñas de hasta 8 y 9 años, que requisaba anualmente. Parte de las niñas eran destinadas a los acllahuasis, especie de conventos donde servían, de por vida, al Sol y al Inca en calidad de doncellas vírgenes o concubinas. Otras, al igual que los niños, eran sacrificadas en los ritos religiosos.

El cronista español del siglo XVI Juan de Betanzos escribió que el Inca Pachacuti, al terminar la remodelación del templo del Sol, mandó enterrar vivos a gran cantidad de niños y niñas elegidos para tal fin. Cuando el Inca murió fueron enterrados con él 1.000 niños y 1.000 niñas de entre 4 y 5 años.

Se creía que la gente no moría, que los muertos se reunían con sus antepasados y cuidaban de aquellos que quedaban en la tierra. Consideraban a los niños seres purificadores de las tumbas, y daban gran valor a los “niños ofrenda”. Sin embargo, la mayoría de las familias no querían entregar sus hijos al Estado. De ahí que la sociedad andina no considerase mal la pérdida de la virginidad en niñas aún pequeñas, puesto que para ser sacrificadas el ser vírgenes era un requisito primordial.

Además de los pequeños sacrificados en estos rituales, existía la costumbre de enterrar a los señores importantes con sus concubinas y niños: éstos para purificar el tránsito a la nueva vida y aquéllas para servirles. Algunas mujeres aceptaban con agrado su destino, pero otras no deseaban morir y oponían resistencia. Según el cronista de la época Bartolomé Álvarez, a algunas se las drogaba o embriagaba para después ahogarlas.

Casos conocidos

La niña Tanta Carhua

Tanta Carhua era una niña de 10 años natural de Ocros. Según las crónicas, su padre la ofreció al Estado a cambio de su nombramiento como cacique. Después de ser llevada a Cusco, donde participó en las fiestas dedicadas al Sol y al Inca, la niña regresó a su tierra natal acompañada por los representantes más notables de su pueblo. Vestida como una reina, ascendió hasta la cumbre de la montaña y fue adormecida con una bebida especial. Después la metieron en un hoyo excavado a unos tres metros de profundidad, provista de un suntuoso ajuar, y sellaron la tumba. Entre todos los acompañantes destacaba el padre de la niña, convertido en cacique por la gracia del Inca reinante a cambio de haber entregado a su hija.

 La dama de Ampato

Dama de Ampato
Hacia 1540 el volcán Sabancaya erupcionó durante algunos meses y para aplacar su ira fueron ofrecidas tres niñas vivas. Debieron ser adoradas por las gentes del lugar, pero con el paso del tiempo cayeron en el olvido, seguramente por las dificultades que entraña subir a una montaña de más de 6.300 metros.
En 1990 el volcán entró de nuevo en erupción y quedaron al descubierto algunos restos incaicos. El arqueólogo Johan Reinhard organizó una expedición a la zona, y allí encontró, a 60 m. de profundidad, un fardo funerario. En su interior se hallaba una adolescente helada, tapada con una manta y en posición fetal, que parecía dormir un plácido sueño. A menor profundidad fueron encontradas dos niñas que quizás acompañaron en su morada mortuoria a la joven.

Las momias de Salta

Momia de Salta
En la cima del volcán Llullaillaco, en la provincia argentina de Salta, de nuevo el arqueólogo Johan Reinhard encontró en 1999 los cuerpos intactos de dos niñas y un niño. Sus órganos estaban ilesos, incluso tenían sangre en el corazón y en los pulmones, y restos de comida en sus aparatos digestivos. La expresión tranquila de sus rostros hace suponer que no sintieron dolor en el momento de su muerte. Posiblemente fueron drogados antes de ser enterrados.


Fuente:
Reportaje de María del Carmen Martín Rubio, publicado en el nº 512 de Historia y Vida

28 de octubre de 2010

El comercio en la Alta Edad Media

Desde el siglo X cobran gran importancia los comerciantes y artesanos. Particularmente éstos como productores de nuevos bienes, cada día más necesarios para la vida urbana, y los comerciantes como distribuidores de dichos bienes o mercancías. El florecimiento del gran comercio internacional, desde el siglo X, tanto terrestre como marítimo, es una consecuencia natural de la expansión agrícola y ganadera.

Desde el siglo X la figura del mercader y la del burgués, que pueden coincidir, toman carta de natualeza en la organización de la sociedad del Occidente europeo y su papel irá en aumento a lo largo de los siglos inmediatos.
Los mercaderes no pueden desarrollar sus actividades tan sólo en un lugar determinado, si desean prosperar, y se ven obligados a asociarse para viajar con mayor seguridad y aun a armarse. El tránsito de las caravanas de mercaderes requiere una organización interior y la necesidad crea al jefe de la caravana.

Los mercaderes que realizan largos y pesados viajes, por tierra o por mar, con incontables peligros, transitan de un lugar a otro con sus criados y acémilas, llevando productos de poco peso y altos precios y, para defenderse de ladrones y asesinos que acechan a su paso, van armados y acompañados de gentes de armas. Desde el siglo X al XII se multiplican los mercados locales y se van creando ferias en torno a los núcleos urbanos importantes donde, en ocasión de festividades solemnes que suelen llevar aparejadas las fiestas y el jolgorio, con la consiguiente reunión de gentes de procedencia y condición muy diversas, los mercaderes pueden hallar la oportunidad de realizar buenos negocios. A su alrededor aparecerán los primeros cambistas y banqueros, dispuestos a realizar también su negocio cambiando unas monedas por otras a precios inferiores al de su valor real. O los propios mercaderes se convertirán en cambistas. La circulación monetaria, cada vez más intensa, favorecerá los intercambios frente al canje de unas mercancías por otras. El mercader avisado sabe dónde sobran determinadas mercancías para comprar más barato, y dónde faltan y se desean para venderlas más caras, ya sea mediante el trueque, ya mediante el pago de dinero contante y sonante.
El mercader sabrá manejar las armas y protegerse con ellas. Las milicias urbanas no estarán formadas por profesionales de las armas, sino por gentes que, habiendo hecho del trabajo artesano o del comercio su medio de vida, poseen armas y saben usarlas para proteger sus vidas y sus intereses.

En el orden social de la época, los mercaderes y los burgueses en general, siguen constituyendo una minoría, incluso dentro del orden de los trabajadores. Poco importa que haya surgido la división y la especialización en el mundo laboral. Quienes siguen predominando en él, siguen siendo los campesinos y los ganaderos, pero la fuerza innovadora de la burguesía mercantil y artesana surgirá el germen que minará la esencia y la fuerza del mundo feudal y hará tambalear sus estructuras.


Fuente:
La Alta Edad Media: del siglo V al siglo XII – Manuel Ríu

27 de octubre de 2010

Napoleón en España

Una de las grandes discusiones entre los historiadores es determinar cuándo y por qué decidió Napoleón invadir España. La mayoría de los autores coinciden en que la idea surgió al hilo de los lamentables acontecimientos ocurridos en la familia real española. Otros autores sostienen que la tentación fue muy grande, y que Napoleón no supo resistirla: el tratado de Fontainebleau le brindaba España en bandeja, así que decidió tomarla. Otras opiniones, sin embargo, afirman que lo que Napoleón no pudo resistir fue la tentación de poner un príncipe de su sangre en el trono español, tal y como había hecho un siglo antes el Rey Sol, Luis XIV de Francia, al defender a su nieto Felipe V como heredero al trono durante la guerra de Sucesión. Napoleón habría querido emular a uno de los reyes más simbólicos de Francia.

No obstante, determinados estudios apuntan más bien a la ambición de Bonaparte por hacerse con el Imperio español en América; las ansias del emperador por recuperar la Luisiana dan cuerpo a esta tesis. Otras teorías sostienen en cambio que lo único que interesaba realmente a Napoleón era el norte de la península y, de hecho, se llegó a proyectar un intercambio territorial: España recibiría la parte central de Portugal después de ceder a Francia la zona de los Pirineos.

Mientras el príncipe Fernando era juzgado en el proceso de El Escorial, Godoy arreglaba el tratado de Fontainebleau con Napoleón para la partición de Portugal. El tratado permitía el paso por España de 40.000 soldados franceses, camino de Portugal. El general francés Junot no tuvo problemas para entrar en Lisboa en el mes de noviembre de ese mismo año, y la familia real portuguesa, al tener noticias de la invasión, huyó a Brasil.

Con la excusa de proteger la retaguardia, el ejército de Dupont se estableció en Burgos, mientras otro destacamento francés acampaba en Salamanca. A principios de 1808 nuevos contingentes franceses cruzaron los Pirineos y se instalaron en Pamplona y San Sebastián. Poco después le llegó el turno a Barcelona y a la fortaleza de Figueres. Sin apenas hacer ruido, Napoleón había logrado el control de las fronteras franco-españolas, y había introducido en España 25.000 soldados más de los permitidos por el tratado de Fontainebleau.

La corte española se había trasladado a Aranjuez con la clara intención de poder partir, vía Sevilla, hacia América, en caso de que Bonaparte tomara el país, como habían hecho los Braganza de Portugal. Carlos IV, sin embargo, quería tranquilizar a su pueblo, inquieto por la presencia, difícilmente justificable, de las tropas imperiales:

 “Yo, que cual padre tierno os amo, me apresuro a consolaros de la actual angustia que os oprime. Reposad tranquilos: sabed que el ejército de mi caro aliado el Emperador de los franceses atraviesa mi reino con ideas de paz y amistad...”

Fernando, por su parte, no cesaba en su empeño de destronar a sus padres y de deshacerse de Godoy. Napoleón se las había arreglado para hacer creer al príncipe de Asturias que en caso de necesidad podía contar con la ayuda francesa. En España, la popularidad de Fernando crecía a medida que la de Godoy descendía, la gente estaba cansada de éste, de su gobierno y de la presencia de tropas extranjeras.


Fuente:
La guerra de la independencia española – Elena Castro Oury


26 de octubre de 2010

El inodoro, la mayor obra de un poeta

John Harrington,
inventor del inodoro
Cuando nos sentamos en la taza del WC, tal vez en lo último que pensamos es en la poesía, pero ¿y si resulta que la poesía inspiró la posibilidad de sentarse en dicha taza y pasar agradables momentos mientras el cuerpo realiza sus necesidades?

Todo sucedió allá por 1595, cuando el poeta inglés John Harrington había notado que sus mayores alcances poéticos los obtenía cuando relajaba sus esfínteres. Lo malo del asunto era que, debido a los incómodos orinales, tales arrebatos de inspiración no podían durar mucho tiempo.
Tenía que haber una solución. Si tan sólo los orinales fueran más altos, casi de la altura de una silla; si por lo menos fueran más anchos, para descansar las posaderas sin temor a mojarse los pantalones; si estuvieran colocados en un lugar aparte y no bajo la cama despidiendo su mal olor...
Sí, era una buena idea en torno a la cual valía la pena cavilar más tiempo. John Harrington se dedicó a planear el diseño de un sanitario, sin dejar de escribir sus románticos versos. Tiempo después, no sólo terminó el diseño del inodoro, sino que además concluyó un libro de poemas (The Metamorphosis of Ajax) que de inmediato mandó imprimir.
Sin embargo, sus poesías eran pocas y al libro le sobraban varias hojas en blanco. Como el papel escaseaba y no estaba bien desperdiciarlo, John decidió incluir en su libro de poemas sus planos de un retrete privado.

John Harrington, poeta de versos románticos, nunca imaginó que un ejemplar de su libro llegaría a manos de la reina Isabel I, a quien no le interesaron los versos sino los planos de un inodoro que permitía defecar cómodamente, en privacía y sin tener que soportar el mal olor de un orinal debajo de la cama. El inodoro con agua corriente había sido inventado por un poeta.

Por desgracia, el invento de John Harrington no tuvo mayor futuro. Para que el sanitario funcionaria satisfactoriamente, era necesario un sistema de drenaje y alcantarillado que -por desgracia- Londres no tenía, así que el orinal siguió siendo utilizado.

No fue sino hasta 180 años después (1775), cuando el inventor Alexandre Cummings patentó el inodoro (robando la idea de Harrington). En 1778, otro inglés, Joseph Bramah, inventó la válvula y el sistema de sifón que se sigue utilizando en nuestros días.


Fuente:
Los inventos que cambiaron el mundo – Julio Guzmán Ludovic


25 de octubre de 2010

Origen del Imperio Mongol

Los mongoles constituyeron una de las principales etnias del norte y el oriente de Asia, formada por un conjunto de pueblos que poseían lazos culturales y una lengua en común. Los dialectos variaban de una a otra zona de la región donde habitaban, pero pocos eran incomprensibles para un mongol.

La descendencia de un antepasado masculino daba su nombre a la familia o clan, aunque hay pruebas de que existió una tradición anterior, en la que la línea hereditaria era femenina. El casamiento entre miembros del mismo clan estaba prohibido y daba lugar a que se establecieran alianzas de clanes, que formaban tribus.

Aun cuando realizaron algunos cultivos, los mongoles eran, en su gran mayoría, nómadas. Los animales eran propiedad individual y el campo propiedad colectiva de la tribu. Los clanes más poderosos tendían a controlar las actividades de la tribu. Las familias más débiles conservaban sus autoridades y la propiedad sobre sus animales, pero debían pagar un tributo al clan dominante.

La organización política y militar estaba adaptada a la forma del clan y de la tribu. Un hombre en condiciones de manejar un arma era jefe o soldado, según las necesidades del momento. La captura de ganado, mujeres o prisioneros de otras tribus era un método de enriquecimiento.

La historia de los mongoles oscila entre algunos periodos de concentración y otros de dispersión tribal. Los hsiung-nu o hunos fueron los primeros habitantes de los valles del Selenga, que unen Siberia con el corazón de Asia. Se estima que llegaron a la región en el siglo IV a.C.
Los hunos crearon un gran imperio tribal en Mongolia cuando China estaba siendo unificada como Estado imperial bajo las dinastías Chin y Han (221 a.C – 220 d.C). El imperio de los hunos guerreó durante siglos con China y se desintegró en el siglo IV.
Algunas de las tribus del sur se rindieron a China y se establecieron en su territorio, donde terminaron por ser absorbidas, mientras otras emigraron hacia el oeste. En el siglo V, los hunos de Atila sometieron a casi toda Europa, y llegaron hasta las Galias y la península italiana.

Los hunos fueron sustituidos por pueblos turcos, que se establecieron en toda la región. En esa época, la organización social no estaba constituida sólo por las tribus nómadas. Los grandes jefes se instalaron en cuarteles generales, rodeados por tierras cultivadas, que les permitían criar caballos más grandes y fuertes, capaces de cargar un guerrero con armadura. Así aumentó la diferencia entre el aristócrata y el arquero tradicional de la tribu, que montaba un caballo más pequeño. La agricultura también pasó a ocupar un lugar de importancia en la economía.

Genghis Khan
El nombre mongol apareció por primera vez en un registro de las diversas tribus hecho durante la dinastía china T'ang y luego desapareció hasta el siglo XI, cuando los kidan pasaron a reinar en Manchuria y el norte de China, controlando casi todo el territorio de la Mongolia actual. Los kidan fueron sucedidos por los juchen y éstos por los tártaros, antes de la era de Genghis Khan (Temujin).

Nacido en 1162 dentro de un clan con tradición de poder, nieto de Kublai Khan, jefe mayor de los mongoles hasta entonces, Temujin heredó varios feudos que habían sido arrebatados a su familia. En 1206, gracias a su capacidad política y militar, Temujin fue reconocido jefe de todos los mongoles con el título de Genghis Khan. De ahí en adelante, sus ejércitos invadieron el norte de China y llegaron a Pekín. En 1215, el Imperio Mongol se extendía hasta el Tíbet y el Turkistán.

En 1227, al morir Genghis Khan, el Imperio Mongol se desintegró por las disputas entre sus sucesores, hasta que el trono de China quedó en manos de la dinastía Ming, lo que ocurrió en 1368.


Fuente:
Guía del Mundo 2009 - Instituto del Tercer Mundo


24 de octubre de 2010

La Segunda Internacional

La Segunda Internacional aglutinó a millones de trabajadores y potenció la expansión de los sindicatos y partidos socialistas. Su evolución quedó afectada por la configuración de dos tendencias, la reformista y la revolucionaria, por la Primera Guerra Mundial y por la escisión comunista.


Fundación y objetivos

La Segunda Internacional se fundó en París durante los actos conmemorativos del centenario de la Revolución Francesa (1889). Se configuró como una organización homogénea ideológicamente ya que sólo incorporó partidos socialistas. Se perfiló como una confederación de partidos nacionales autónomos, sin un Consejo General que centralizase la acción, a diferencia de la AIT. En 1900 se creó un Buró Socialista Internacional, con sede en Bruselas, para dar continuidad a los trabajos que debían realizarse en el transcurso de los tres años entre los congresos, y en los que se fijaban los objetivos y actuaciones del movimiento socialista internacional tanto a nivel doctrinal como pragmático.

Las resoluciones adoptadas en el Congreso fundacional reclamaban leyes para la protección de los trabajadores, la jornada laboral de 8 horas y la abolición del trabajo infantil. Condenaron la guerra, a la que consideraban consecuencia del orden capitalista, y llamaron a los trabajadores a afiliarse en los partidos socialistas. A partir de aquí, la Internacional estableció una serie de principios que se mantendrían a lo largo del siglo: la extensión de la democracia, la evolución pacífica hacia la toma del poder político, la regulación del mercado laboral, el fin de la discriminación sexual y de las demás desigualdades.

Cartel 1º de mayo
La Segunda Internacional creó algunos de los símbolos del movimiento obrero como el himno y la celebración del 1º de mayo, Día de los Trabajadores, en recuerdo de los obreros detenidos y ajusticiados en Chicago en 1886. La también llamada Internacional Socialista agrupaba a millones de trabajadores y sus debates tuvieron una notable repercusión. Impulsó una gran diversidad de organismos, entre los que cabe destacar la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (1907), reflejo de su influencia en el incipiente movimiento feminista, o la Federación Internacional de la Juventud Socialista.

Los grandes debates

La Internacional fue el gran foro de debate de los problemas que afectaban al movimiento socialista, sobre todo desde el año 1900 (Congreso de París). En primer lugar, el revisionismo fue condenado y la presencia socialista en gobiernos burgueses sólo se admitió en caso de extrema necesidad. Se reafirmó la lucha de clases como base de la acción política y social. Sin embargo, ello no acabó con la confrontación entre las posiciones que defendían las prácticas reformistas y las que priorizaban la consecución del objetivo final.

El colonialismo configuró un segundo gran espacio de debate. Un sector lo denunciaba como una forma más de la explotación capitalista y defendía la obligación de combatirlo y potenciar en las colonias la revolución socialista. Logró imponer sus posiciones en el Congreso de Stuttgart. Pero otro grupo se limitaba a criticar la barbarie de los colonizadores sin cuestionar el sistema, y hasta defendía la colonización como factor positivo de civilización.

Finalmente, ante la espiral belicista se rechazó la guerra en los congresos de Copenhague (1910) y Basilea (1912). Considerada un producto del enfrentamiento entre los estados capitalistas, se debía impedir, y si a pesar de todo estallaba, se debería frenar con la huelga general o la movilización revolucionaria. Ahora bien, cuando se inició la I Guerra Mundial (1914) la mayoría de los partidos socialistas sucumbieron a la oleada nacionalista y abandonaron los postulados pacifistas y revolucionarios. La euforia patriótica les llevó a votar los créditos de guerra y a ponerse al lado de los respectivos gobiernos en lo que se llamó “la unión sagrada” de socialistas y los burgueses frente al enemigo de la nación.

Crisis y división

Las divergencias anteriores cristalizaron en dos concepciones opuestas sobre lo que debía ser el movimiento socialista: revolucionario o reformista según expresión de Rosa Luxemburg. Esta dualidad se agravó con el estallido de la I Guerra Mundial. Dentro de los partidos se forjaron tres grandes grupos, cuyo enfrentamiento
Rosa Luxemburg
culminaría en escisiones. Por una parte estaban los patriotas, partidarios de la guerra al asumir los criterios de defensa nacional preconizada por los partidos burgueses; por otra, los pacifistas moderados, contrarios a la guerra y que defendían la neutralidad; y finalmente, los revolucionarios que, como Rosa Luxemburg, Lenin o el italiano Antonio Gramsci, pretendían la conversión de la guerra en revolución proletaria.

Las tesis revolucionarias fueron materializadas por los bolcheviques dirigidos por Lenin, que conquistaron el poder en Rusia, en 1917. Entonces se rompió definitivamente la unidad del movimiento socialista. La Revolución Rusa se convirtió en el nuevo punto de referencia que obligó a las diversas tendencias socialistas a tomar posición. Se formalizaba así la escisión comunista y la decisión soviética de organizar una nueva Internacional (el Komintern) incidió en todos los grupos socialistas. La Internacional Socialista tal como había existido hasta 1914 había recibido el tiro de gracia y, a partir de entonces, su reconstitución se debería abordar sobre bases distintas.


Fuente:
Historia del Mundo Contemporáneo


23 de octubre de 2010

El príncipe de Viana

Príncipe de Viana
Nieto del monarca navarro Carlos III el Noble (1361-1425), e hijo de Blanca de Navarra (1386-1441), Carlos, el príncipe de Viana, fue un personaje de tormentosa vida, ensombrecida por el sol negro de la melancolía, bajo la constante amenaza de ser envenenado. Su muerte aún sigue sin resolverse.

Al príncipe de Viana, Carlos de Navarra (1421-1461), le tocó vivir uno de los períodos más turbulentos de nuestra historia, cuando, en la primera mitad del siglo XV, una profunda crisis afectó a los reinos peninsulares, tanto a los cristianos como al reino nazarí.
La desafortunada suerte de los descendientes de la larga prole, legítima e ilegítima, de Carlos III, que murieron con corta edad, hizo que la corona del reino recayera en la hija de éste, doña Blanca, a quien le tocó la responsabilidad de los destinos de Navarra. Casada, a iniciativa de Carlos III, su padre, con Martín el Joven -hijo de Martín el Humano, que gobernaba la isla de Sicilia-, de cuyo enlace nació un príncipe que vivió brevemente, en 1409 Blanca enviudó, recibiendo la regencia de su reino insular, hasta la sublevación de los sicilianos contra los aragoneses, tras la cual regresó a Navarra por su propia seguridad.

Once años después, en 1420, Blanca volvió a contraer matrimonio, esta vez con Juan, hermano del rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo (1416-1458). “Este príncipe Juan era casi shakesperiano, vesánico, violento y ambicioso; un hombre colérico pero de una gran astucia y de una dureza de carácter sin límites”, así lo calificó el historiador Néstor Luján.
Mientras vivía su padre Blanca encontró apoyo en él, pero a la muerte de éste en 1425 se vio a merced de su imperativo, colérico y tirano esposo que como rey consorte disponía de inmensas posesiones en Castilla.

Blanca de Navarra
En este ambiente tormentoso vio la luz Carlos, príncipe de Viana, en la villa pucelana de Peñafiel, hijo de Juan -posteriormente Juan II de Aragón- y de Blanca de Navarra. El aragonés, enzarzado en una política de intrigas, mantuvo belicosas relaciones con españoles y franceses.

Blanca de Navarra, en su lecho de muerte, rogó a su hijo Carlos como última voluntad que no usara el título de rey sin el consentimiento de su padre. Pero como el monarca aragonés no se lo consintió jamás se llegó a la guerra civil, desfavorable para el melancólico Carlos. Con la muerte sin sucesión de Alfonso V el Magnánimo la situación se complicó todavía más. Al subir al trono Juan, las desavenencias entre padre e hijo llevaron al territorio catalán los antiguos problemas feudales, con sus correspondientes desequilibrios económicos y sociales. Sin embargo, una buena parte de la nobleza catalana se puso al lado del príncipe cuya figura se convirtió en un ídolo contra la tiranía de Juan II.

Juan II de Aragón
Carlos de Viana fue derrotado por su padre en la sangrienta batalla de Aibar (1451). Prisionero y deheredado, Carlos sufrió toda clase de vejaciones. Además, su madrastra Juana Enríquez, mujer altanera, autoritaria, enérgica, malévola y sin escrúpulos, también increpó a su esposo para que humillara aún más a Carlos, porque ella quería la corona para su hijo Fernando. En 1461, tras sobrecogedoras sesiones de tortura en las mazmorras del castillo de Miravet, Carlos fue nombrado por su padre -presionado éste por los nobles catalanes- lugarteniente en Cataluña.

Pero la frágil salud del príncipe de Viana no pudo resistir el maremoto de intrigas y convulsiones que se respiraba en Cataluña. Murió casi repentinamente, a la edad de 40 años, por causas aún desconocidas. Oficialmente, el príncipe de Viana falleció de pleuresía; sin embargo algunos historiadores sostienen que arrastraba una tuberculosis galopante. Otros aseguran que realmente murió envenenado por orden de su madrastra. Lo cierto es que los últimos años de su vida transcurrieron envueltos en una pesadilla, el temor a ser envenenado lo convirtió en un paranoico espantadizo. Incluso se dice que en una ocasión su hermanastro Fernanado -el futuro Fernando el Católico- se ofreció a probar su comida porque Carlos se negaba a ingerir alimentos, por miedo a ser envenenado.


Fuente:
El libro negro de la historia de España - Jesús Ávila Granados


22 de octubre de 2010

Los sarcófagos egipcios

Todo egipcio, fuese o no de familia real, deseaba tener asegurado el tránsito al más allá. Durante el Imperio Antiguo los sarcófagos y los ataúdes eran primordialmente las moradas de los difuntos. Se les daba, por lo general, forma rectangular, e incluso pintaban falsas puertas sobre las tapaderas para imitar el aspecto de la fachada de un palacio. Las losas eran tan pesadas que se alzaban y colocaban por medio de sogas. En muchas de ellas pueden observarse los agujeros practicados a tal fin.

Por lo general sellaban los sarcófagos mediante una capa delgada de cemento alrededor de los bordes. La decoración era sumaria y se limitaba a remedar la residencia terrenal del difunto. Entre un sarcófago y un ataúd no hay otra diferencia que el material empleado en su construcción, y que el segundo encaja dentro del primero, éste de piedra, aquél de madera. El nombre egipcio del recipiente exterior de piedra era neb-ankh, “señor de la vida”, ya que su función consistía en proteger el ataúd colocado dentro.
El nombre griego sarcófago tiene un rentintín irónico, puesto que significa “devorador de carne”, lo que alude al hecho de que los tallados en piedra caliza causaban una reacción química con el cadáver y lo consumían. Un ejemplo interesante de este tipo de sarcófago es el que se halla en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, perteneciente a una sacerdotisa llamada Henhenet, que vivió durante la XI Dinastía. A parte del detalle inusual de estar compuesto por seis losas de piedra que ajustan entre sí, la decoración es muy sencilla y la inscripción que puede verse en él hace constar que el rey consagró una ofrenda al dios Anubis a fin de proveer al viático de Henhenet.

Sarcófago de Henhenet
El sarcófago de Seti I, un faraón del Imperio Nuevo, nos proporciona un ejemplo más rico. Descubierto en 1815 y trasladado a Londres, mide casi tres metros de longitud y tiene numerosos textos, tanto exteriores como interiores, que describen el tránsito del dios solar por las doce horas nocturnas.

Sarcófago de Seti I
Los ataúdes de madera usados durante el Imperio Medio fueron de forma rectangular y, en algunas épocas, provistos de abundante decoración exterior e interior. Esta última suele imitar las pinturas murales de los mausoleos, con representaciones del difunto sentado ante la colección de ofrendas, éstas pintadas con mucho realismo, lo que confiere gran importancia histórica a tales ataúdes por cuanto aparecen las joyas, los recipientes, los alimentos y los enseres, y todo ello da idea de cómo era la vida cotidiana en el antiguo Egipto.

Un rasgo común en los ataúdes del Imperio Medio era el doble ojo udjat. Se pintaban dos Ojos de Horus en la parte exterior del ataúd para que el difunto pudiera mirar por ellos hacia fuera. Y es curioso que aparezcan en la pared del ataúd destinada a quedar orientada hacia oriente, y no en la opuesta, teniendo en cuenta que el mundo de los difuntos se situaba hacia occidente. Lo cual demuestra que los egipcios no pensaban exclusivamente en el mundo de los muertos, puesto que deseaban seguir manteniendo el contacto con el de los vivos.

Doble ojo udjat, pintado en un sarcófago de madera
Se invocaba a los dioses para asegurar la protección del ataúd y de su contenido. Todo lo que se colocaba dentro del ataúd tenía su lugar destinado y dictado por el ritual religioso. La tapadera del ataúd recibía el nombre de cielo. Lógicamente, su protección se confiaba a Nut, la diosa de los cielos.


Fuente:
Los misterios del Antiguo Egipto - Bob Brier

Información relacionada:
- Discovery Channel. La muerte egipcia
- elmundo.es. Fotografías de sarcófagos


21 de octubre de 2010

Los drakkars vikingos




En lo que a navegación se refiere, los vikingos han sido el pueblo más adelantado y no cabe duda de que el éxito de sus expediciones era debido a sus embarcaciones y a sus conocimientos navales. Eran prácticamente desconocidos hasta el año 793, cuando presentaron sus credenciales atacando el monasterio de Lindisfarne al este de Inglaterra. A partir de entonces se convirtieron en el terror de Europa.

Aunque disponían de varios tipos de embarcaciones, según estuviesen destinadas a una tarea u otra, el barco vikingo por excelencia es el drakkar.
La palabra “drakkar” no es de origen escandinavo, sino que proviene de un antiguo término islandés que significaba “dragón”. La palabra escandinava para designar a estos barcos sería “knörr”. A las embarcaciones se las llamaba así porque solían adornar el mascarón de proa con la talla de una cabeza de dragón, probablemente con la intención de parecer más fieros ante sus enemigos.

El drakkar data del período comprendido entre los años 700 y 1000. Fue utilizada para realizar incursiones, tanto costeras como de interior.

Los drakkars vikingos eran los barcos más veloces, más resistentes y mejor preparados para surcar el océano. Además de eso, los vikingos estudiaron las fuerzas del viento y no tenían rival a la hora de maniobrar con la embarcación. Se orientaban con mucha precisión sin brújula. Probablemente establecían la latitud por la posición del sol, la luna y las estrellas. Navegaban cerca de la costa, atentos a las señales de tierra. Un timonel veterano se ocupaba de marcar el rumbo. Observaban islas, nubes, vuelo de gaviotas, el tamaño y color de las algas. Calculaban la velocidad y las millas recorridas fijándose en su estela y la fuerza con que la roda de la proa iba rompiendo las olas. La borda de las naves era muy baja y el oleaje podía inundarlas con facilidad. La tripulación arriesgaba la vida en cada tormenta. Los que fallecían durante el viaje eran arrojados al mar.

Un barco de este tipo podía avanzar a una velocidad de seis nudos transportando una carga de 40 toneladas. El mástil no iba sujeto rígidamente en el casco, sino que podía moverse o ser abatido si el barco necesitaba ser arrastrado por tierra con ayuda de troncos. La quilla, un invento vikingo introducido en el siglo VII, proporcionaba estabilidad y maniobrabilidad en las corrientes rápidas. En las calmas o con viento en contra, los tripulantes empuñaban los remos.

Al mando del astillero siempre había un constructor-jefe que estaba al mando de una cuadrilla de obreros. Los barcos se construían sobre unas gradas que siempre se dejaban colocadas al finalizar, seguramente para utilizarlas en la construcción de otros barcos. Los obreros más especializados eran los que trabajaban en la quilla, en la proa y en la popa. Una quilla mal cortada podía afectar seriamente tanto al peso de la nave como a su resistencia. Para la quilla hacía falta un tronco de madera bien derecho, mientras que para el costillar venía mejor una madera que tuviera las vetas un poco curvadas.

Construcción de embarcaciones vikingas
Casi todos los drakkars eran construidos sin utilizar cuadernas, superponiendo planchas de madera; para tapar las juntas de unión entre las planchas se utilizaba musgo impregnado con brea. La artesanía de la embarcación era rica en dibujos y formas, lo que le daba un original toque escandinavo. Se sabe que ha habido drakkars de más de cuarenta remos por banda. No tenían cubiertas y sí muchas hileras de banquillos de madera en donde remaban. Es sabido que colocaban sus escudos a lo largo de ambas amuras (parte delantera de los costados).

En el siglo VII, además de la quilla, se introdujo el mástil que alzaba una única vela rectangular confeccionada de lana burda o de lino de diversos colores, optando por el negro, blanco, rojo o conjunto de negro-blanco o blanco-rojo.

Todos los elementos de estos navíos fueron el resultado de siglos de observación, lo que permitió ir mejorándolos poco a poco hasta convertirlos en la gran obra de ingeniería vikinga. Los buenos timoneles, con muchos viajes de experiencia, se aprendían de memoria los perfiles de las costas cuando hacían navegación de cabotaje, pero en alta mar tuvieron que echar mano de su capacidad de observación y de aprovechamiento de lo aprendido.

Las viejas sagas cuentan historias acerca de la utilización de cuervos llevados en jaulas: si al soltarlos regresaban pronto, era señal de que no había tierra en las cercanías. Si no regresaban, se seguía la dirección de su vuelo con la seguridad de encontrar tierra.

Cuando llegaba el momento de la botadura del barco, los vikingos tenían una tradición sagrada: amarraban a los prisioneros a los troncos por donde debía deslizarse el navío, de modo que al pasarles el casco por encima, la sangre de sus cuerpos aplastados corría hacia el mar, como ofrenda a los dioses. Consideraban que una dosis de sangre caliente en la quilla de un barco de guerra garantizaba el éxito.

Las principales fuentes para estudiar la navegación vikinga proceden de hallazgos arqueológicos. Los vikingos tenían la costumbre de enterrar a sus jefes en los barcos, por lo que estos hallazgos han permitido a los arqueólogos reconstruir estas embarcaciones.

Drakkars encontrados:

Los drakkars vikingos no usaban nombre propio, por lo que los arqueólogos utilizan el nombre del lugar donde se han hallado para rebautizarlos y así darles una identidad.

- Gokstad (Noruega- Fiordo de Oslo) Creado entre los siglos IX y X- Drakkar funerario – hallado a finales s.XIX.

- Hjortspring (Dinamarca)

- Halsnoy (Noruega) Entre los siglos IX y X

- Skuldelev (Dinamarca) S.XI

- Tune (Noruega- Fiordo de Oslo- Drakkar funerario, hallado a finales S.XIX)

- Oseberg (Noruega –Fiordo de Oslo-Construido al estilo de los drakkars funerarios daneses, hallado a fin.s.XIX, datado entre los siglos IX y X)

- Roskilde (Fiordo de Roskilde)

- Nydam (Sundevend-Dinamarca) Actualmente expuesto en el castillo Gottorp de Schleswig--

- Holstein (Norte de Alemania-frontera con Dinamarca, tierra de vikingos germano-daneses)



Fuentes:
- Taringa
- Amarre
- Página de la Historia
- Portalnet.cl
- Los barcos vikingos - Ian Atkinson
- Quidquid
- Breve historia de los vikingos - Manuel Velasco


20 de octubre de 2010

Las escuelas urbanas medievales

A partir de mediados del siglo XI, la cultura y la transmisión del saber experimentaron un profundo cambio, ligado a las transformaciones socioeconómicas sobrevenidas en Occidente entre los siglos XI y XIII.
En la Alta Edad Media, las escuelas monásticas fueron los centros del saber por excelencia, a los cuales se añadieron, a partir de Carlomagno, las escuelas catedralicias y episcopales, que poco a poco fueron superando en importancia a las primeras. En el siglo XII, la escuela catedralicia era la institución escolar urbana por excelencia. Bajo la autoridad del obispo y de su canciller, alrededor del claustro catedralicio se impartían unos conocimientos básicamente orientados a las preocupaciones religiosas. La calidad de esa enseñanza estaba determinada por los profesores, así como también por el prestigio de la catedral.
Prácticamente todos los hombres importantes del mundo de la cultura del siglo XII estuvieron ligados a ellas, ya como obispos, ya como responsables. Poco a poco, algunas de esas escuelas fueron adquiriendo notoriedad por alguna de las enseñanzas impartidas en ellas.

En algunas ciudades, además de la escuela catedralicia, había una escuela de otro tipo, que podríamos denominar laica, en la cual se daban conocimientos tales como el de la lectura y la escritura, y algunas nociones de matemáticas, útiles para los comerciantes, los mercaderes y sus colaboradores. Las escuelas de este tipo eran bastante numerosas en las ciudades más antiguas del sur de Europa, especialmente en Italia, donde la tradición de la instrucción laica sobrevivió entre los escribanos, notarios y hombres de leyes. Pavía era un ejemplo de este tipo de escuela, en su caso nacida en torno a la antigua escuela de retórica, que se convirtió en un centro de enseñanza del derecho lombardo, y cuyos iurisperiti eran célebres en el siglo XI. Hubo otras escuelas de características semejantes a las de Pavía en otras ciudades. A finales del siglo XI las más prestigiosas eran las de Bolonia.


Fuente:
Historia de la Edad Media – Salvador Claramunt, Manuel González, Ermelindo Portela


El reino de los muertos (Nick Drake)

"Egipto, 1324 a.C. Un joven inválido, con un parecido asombroso al joven faraón Tutankhamón, ha sido asesinado de forma atroz y han hallado su cuerpo maltratado dispuesto según el símbolo egipcio de la muerte. A su vez, una joven prostituta, vestida con las ricas prendas que suelen adornar el cuerpo de la esposa del faraón, ha sido sometida a extraños y crueles rituales mortíferos.
Ambas víctimas tienen todos los huesos fracturados. Sea quien sea el despiadado asesino es alguien dotado de una refinada crueldad que pretende atemorizar a los jóvenes faraones. Rahotep, el investigador del reino, es el encargado de esclarecer el caso. Sabe que el criminal pertenece a la nobleza, que domina técnicas de cirugía y que conoce el poder de las sustancias alucinógenas.
Rahotep no descansará en su intento de poner a salvo la vida del faraón y el futuro de Egipto".

Una historia de intriga, a la que a la investigación de los asesinatos se le suma la despiadada lucha por el poder en la corte de Tutankhamón.

El autor, gran apasionado de la historia de Egipto, ha publicado anteriormente estudios de poesía, y esta es su segunda novela después de El reino de las sombras, publicada en 2007, ambas en la editorial Grijalbo.

He encontrado una amplia reseña de la novela aquí.


19 de octubre de 2010

Pitágoras y su escuela

Pitágoras
En la colonia griega del sur de Italia (Magna Grecia) fundó Pitágoras una asociación que era a la vez escuela filosófica y comunidad religiosa. Esta escuela, en la que no sabemos qué debe atribuirse a su fundador y qué a sus discípulos, tenía algo de secreto y misterioso, como misterioso y nuevo era el culto al dios Dyonisos, cuya fe profesaban. El culto dionisíaco se inspiraba en los misterios órficos (supuestamente revelados al poeta y músico Orfeo), pero representaban en realidad una penetración en el mundo heleno de las oscuras religiones, predominantemente monoteístas, de los pueblos orientales.

Se ha contrapuesto muchas veces lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolíneo es el espíritu griego: culto a la forma, a lo limitado, a la serena claridad de lo humano perfecto. Dionisíaco, el dominio de las fuerzas oscuras de la naturaleza, la intensidad de las pasiones profundas, el principio indeterminado, caótico, informe, que precedió y que rodea amenazante al orden limitado de lo humano. Los pitagóricos fueron los instructores de este nuevo culto verdaderamente religioso y atormentado, por oposición al humanismo con que en Grecia se concebía a la religión y al arte de que se la rodeaba. Los griegos suponían que bajo su inspiración se realizaban sacrificios crueles y orgías, prácticas inconcebibles para la mentalidad griega.

No es esta, sin embargo, la principal aportación de esta escuela en orden a la filosofía. Los pitagóricos fueron grandes cultivadores de las matemáticas y creyeron encontrar en los números el principio (arjé), que los milesios habían creído descubrir en los elementos naturales.
Ellos observaron que en la matemática es donde únicamente se puede tener la exactitud completa y la evidencia absoluta. Que el movimiento de los cuerpos celestes puede observarse matemáticamente y predecir así los eclipses y demás fenómenos. Que hasta en las bellas artes, la música está sometida a número y medida. Y fácil les fue concluir que el secreto del Universo está escrito en signos matemáticos, que ellos son el principio fundamental del que todo se deriva.

Pero, como participaban de la afición oriental a lo arcano y misterioso, envolvieron también esta teoría con el velo de un saber oculto, reservado sólo a los iniciados. Asignaron así a los números una significación cabalística y a algunos un simbolismo sagrado. De este modo creían poseer una clave para la interpretación del Universo. Todo para ellos se hallaba regido por el número y el orden; los cuerpos siderales, en su acompasado movimiento, interpretan una sinfonía musical, que no es percibida por el oído humano.

Este mismo concepto de orden universal hizo admitir otra aportación de la filosofía india: el eterno retorno, la pervivencia terrena de las almas que transmigran a otro cuerpo cuando sobreviene la muerte, repitiendo así la sinfonía infinita del Universo. Esta idea pasará a Platón, que recoge varios temas del pitagorismo.


Fuente:
Historia sencilla de la filosofía – Rafael Gambra

Información relacionada:
- Biografía de Pitágoras. http://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/pitagoras.htm
- Teorema de Pitágoras. http://roble.pntic.mec.es/jarran2/cabriweb/1triangulos/teoremapitagoras.htm
- Pitágoras y los pitagóricos. http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd97/Biografias/12-1-b-pitagoras.html


18 de octubre de 2010

El coche de Hitler

Hitler no tenía carnet de conducir, por eso necesitaba un chófer para desplazarse en vehículo. Para ello tenía a su disposición varios Mercedes-Benz 770, más conocidos como 'Gran Mercedes', repartidos por toda Alemania. El Fürer empleaba la versión descapotable para desfilar junto a sus tropas.

El Gran Mercedes alcanzó un enorme prestigio nada más presentarse en el Salón del Automóvil de París en 1930. Su precio (unos 42.000 marcos alemanes) equivalía al de un hogar unifamiliar en Alemania. Numerosas casas reales y aristócratas de todo el mundo lo incorporaron a su flota, como el emperador japonés Hirohito y Guillermo II de Alemania en el exilio.

El cuadro de mandos incluía un indicador de velocidad, un cuentakilómetros, un contador de revoluciones y un indicador de la temperatura del agua, la predión y el combustible, entre otros comandos. El claxon se accionaba desde el anillo central del volante, de altura regulable.

Existía la opción de separar mediante una mampara los asientos delanteros de los traseros, así como la de instalar un interfono para comunicarse con el conductor. Disponía de minibar, ceniceros y altavoces. El Mercedes-Benz 770 era tan exclusivo que el cliente podía decidir los acabados interiores y exteriores, como la tapicería, el color y la distribución de los asientos y respaldos, o la inclusión de un maletero trasero o un portaequipajes en el techo, ambos con maletas hechas a mano.


Fuente:
Historia y Vida, número 511


17 de octubre de 2010

1687: terremotos de Lima y Callao

D. Melchor de Navarra y Rocafull
Virrey del Perú
El año 1687 fue devastador para Perú. El Virreinato tembló desde el 30 de enero hasta el 2 de diciembre de ese fatídico año. Sin embargo, el sismo más trágico y de mayor intensidad tuvo lugar el 20 de octubre. En esta fecha la población limeña, aún sumida en sueños, fue sorprendida por un temblor de 8º y de larga duración alrededor de las 4 de la madrugada. El sismo, cuyo epicentro estaba en el mar, causó graves daños desde Lima hasta el Callao arrasando la costa peruana.

Gobernaba entonces en el Perú el Virrey Don Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Palata. La crónica histórica afirma que algunos novicios jesuitas rezaron juntos a grito pausado, durante todo el tiempo que duró el sismo. El pánico se apoderó de todos. El terrible sacudón desarticuló los edificios y torres de la ciudad. Las campanas de las iglesias tocaban por si solas y el estruendo era muy grande. Se abrieron grietas en el suelo. La gente se volcó a calles, plazas y plazuelas. Se oían gemidos y oraciones en voz alta, pidiendo perdón a Dios e invocando su misericordia. Pasado el prolongadísimo sacudón, la población comenzó a reaccionar. Los más serenos se dedicaron a rescatar a los heridos de entre los escombros. Amigos y parientes se buscaban unos a otros. El enérgico Virrey Duque de la Palata impartió de inmediato las órdenes adecuadas y la gente ya se estaba tranquilizando, cuando poco después, a las 5 y 30 de la mañana, la tierra volvió a ser sacudida por otro fortísimo y largo sismo.
Esta vez el pánico fue incontrolable. Cayeron iglesias, edificios y mansiones, y las grietas se extendieron aterradoramente.

El puerto del Callao, aparte de los estragos del sismo, sufrió las gravísimas consecuencias de un tsunami con olas de entre 5 y 10 metros de altura. Los estragos del maremoto se extendieron a lo largo de la costa comprendida entre Chancay y Arequipa. Hay constancia que este tsunami tuvo también efecto en zonas tan alejadas como las costas del Japón.

Los temblores continuaron sintiéndose a lo largo de los días siguientes. Como si todo esto fuera poco, un nuevo sismo sumamente violento se registró el 10 de noviembre de ese mismo año, prolongándose las réplicas hasta el día 2 de diciembre, día en que se agravó la situación, por haberse difundido la noticia falsa de una salida del mar. El pánico fue tal que todos abandonaron las habitaciones improvisadas que en plazas, huertos y otros parajes se habían levantado o las maltrechas viviendas que aún podían servir de refugio, y se apresuraron a ganar las alturas, creyendo que el mar cubriría Lima. Si no fuera porque el Virrey conservó la serenidad, el desastre hubiera sido mayor, pues se hallaban al acecho muchos maleantes, quienes esperaban ver la ciudad abandonaba para entregarse al saqueo. Aquel mismo día (2 de diciembre) un copioso aguacero (fenómeno muy raro en Lima) acabó por tirar a tierra los restos de las construcciones que aún se mantenían en pie. Curiosamente, después del chaparrón, los temblores cesaron de producirse de manera continua.

En el verano siguiente el Virrey hubo de dictar severísimas medidas de sanidad para contrarrestar los efectos de una gran peste que asoló la capital y zonas aledañas, epidemia que triplicó la mortandad ocasionada por los sismos.


Fuentes:
- Timerime
- Wikipedia


16 de octubre de 2010

La reina Goswintha

Según todos los indicios, Goswintha nació en el seno de una familia de la aristocracia visigótica hacia los años 525 o 530, es decir, cuando el Reino de los godos de España se encontraba bajo la égida de gobernantes ostrogodos llegados de Italia: un período que se inició en 510 con la regencia de Teodorico el Grande durante la minoría de edad de su nieto, el rey visigodo Amalarico, y que no concluiría hasta la muerte en 549 de Theudiselo, el último monarca de procedencia ostrogoda que tuvo el Reino visigodo español.

La joven Goswintha hizo una “buena boda”, quizá entre los años 545 y 548: casó con Atanagildo, un magnate de la más encumbrada nobleza visigoda, el grupo social que, tras el asesinato de Theudiselo, reivindicó para los suyos el derecho a reinar sobre los godos de España. Agila fue entonces elegido rey, pero apenas habían transcurrido tres años cuando Atanagildo, el esposo de Goswintha, encabezó un levantamiento contra el monarca.

El mediodía de la Península Ibérica era, a mediados del siglo VI, el foro principal de los acontecimientos públicos del momento. Sevilla era entonces una gran ciudad en la que tenían su residencia muchas familias de la aristocracia católica hispano-romana. La rebelión de Atanagildo desembocó en una guerra civil entre sus partidarios y los fieles al rey Agila. Atanagildo solicitó la ayuda del emperador oriental Justiniano, empeñado entonces en su lucha por la reconstrucción de la antigua unidad imperial romana. El basileus de Constantinopla no se hizo rogar demasiado y envió una expedición de soldados bizantinos, que desembarcaron en las costas del sudeste de la Península. Al cabo de tres años de guerra intestina, los godos, temerosos de que los imperiales se aprovecharan de su discordia para apoderarse de España, asesinaron a Agila y reconocieron todos a Atanagildo como su único monarca.

Atanagildo puede ser considerado como el fundador de la monarquía toledana. Decidió trasladar el centro de gravedad, situado hasta entonces en los valles del Guadalquivir, al corazón geográfico de la Península. La elección por Atanagildo de Toledo como capital parece la mejor decisión para un Reino visigodo que tenía como solar y horizonte vital la Península Ibérica, con el apéndice tramontano de la Galia Narbonense.

El rey y su esposa, Goswintha, tenían dos hijas, Gailswintha y Brunekhilda, nacidas seguramente hacia la mitad del siglo VI, y que en los últimos años del reinado de su padre habían llegado ya a la edad núbil. En la más joven de las dos, en Brunekhilda, puso sus ojos el rey Sigiberto I de Austrasia.
Pero la tragedia que iba a herir muy pronto a Goswintha y a su esposo tendría por víctima a su otra hija, Gailswintha. Uno de los hermanos de Sigiberto era rey de Neustria, Chilperico, de conducta muy desarreglada y que tenía, no una, sino varias mujeres o concubinas. Chilperico envió una embajada a Toledo para pedir la mano de Gailswintha, comprometiéndose a despachar a las demás mujeres, con tal de recibir una esposa que fuera hija de reyes, y por lo tanto adecuada a su propia condición real. La demanda fue aceptada y Gailswintha emprendió viaje hacia Neustria, un viaje que estaba destinado a ser camino fatal hacia la muerte.

En el año 568 poco después de la muerte de su hija, falleció en Toledo el rey Atanagildo sin dejar sucesión masculina. La desaparición del monarca abrió uno de los momentos históricos más oscuros de la historia visigoda. Cinco meses estuvo vacante el trono, y al cabo de tan largo interregno fue designado como rey Leovigildo, quien para asentarse en el poder necesitaba una poderosa alianza con Toledo. Lo solucionó casándose con Goswintha que seguía manteniéndose como reina de los visigodos.

Pero nuevos problemas se avecinaban, los visigodos empezaban adoptar la cultura y la religión romana, todo un signo de modernidad en la época y Goswintha y los suyos,  de religión arriana, veían peligrar sus privilegios y condición social.
Hermenegildo, hijo de Leovigildo, se casó con la nieta de Goswintha, católica. La conversión al catolicismo de Hermenegildo le hizo revelarse contra su padre y nombrarse rey de los territorios del mediodía. Se iniciaba una guerra que duró cinco años y en la que se impuso Leovigildo.
Pero el bando católico iba ganando terreno y Goswintha volvía a quedarse viuda, Leovigildo moría en la batalla. Su hijastro Recaredo iba a ser el nuevo rey, pero mostraba ideales católicos y suponía un peligro para sus intereses así que le obligó a reconocerla como madre, dotándola de poder para dirigir determinados aspectos políticos del reino.
Recaredo y la cúpula política se convirtieron al catolicismo. Goswintha empezó a planear todo tipo de conspiraciones pero el bando arriano había perdido fuerza e influencia. Siendo anciana urdió un malévolo plan, junto con el poderoso obispo arriano Uldida, para acabar con su hijastro. Uno de sus partidarios la traicionó y descubrió la conjura. Nada más se supo de ella.


Fuentes:
- Historia del reino visigodo español – José Orlandis
- Mujeres


15 de octubre de 2010

Cuando equivocarse es un acierto

Björn Ironside tenía una buena vida. Su padre, Ragnar Lodbrok había participado con 120 barcos vikingos en el asalto a París, Sena arriba, y su saqueo en el año 845.
En el año 859 Björn dejó su base en el Loira con 62 barcos y zarpó rumbo al Mediterráneo.
Durante dos años sus hombres saquearon decenas de ciudades en Francia e Italia, entre ellas Narbonne, Nîmes, Valence, Pisa y Fiessole. En 860, sus barcos cargados de oro y plata estaban listos para la mayor recompensa de todas: Roma. Con sólo ver la ciudad se dieron cuenta de que no podían tomarla por la fuerza. Necesitaban un plan.

Björn mandó un mensajero a la ciudad con una historia que ningún mandatario cristiano podría resistir. El líder vikingo se estaba muriendo y su último deseo era convertirse al cristianismo. La petición se concedió y fue recibido en la ciudad y bautizado en la fe. Poco después murió. Como cristiano se le dio un funeral como es debido al que asistió una comitiva de los hombres de Björn.
Cuando estaban metiendo el cuerpo en la tumba, resucitó de un salto y le clavó la espada al obispo que oficiaba la ceremonia. Björn sacó un alijo de espadas del ataúd y se las lanzó a sus hombres mandando que atacaran a todo lo que se moviera. Abrieron las puertas de la ciudad y el resto de los hombres entró en ella, violando, saqueando y prendiéndole fuego hasta arrasarla.

El botín, como podéis imaginar, fue inmenso. La operación fue una gran victoria. Sólo había un pequeño problema: no era la ciudad que pensaban. En lugar de conquistar la Ciudad Eterna, habían destruido una insignificante ciudad llamada Luna situada entre Génova y Pisa. A veces los errores pueden ser provechosos.


Fuente:
El manifiesto vikingo: la visión escandinava de los negocios y la blasfemia – Steve Strid, Claes Andreasson

Información relacionada:
En la Wikipedia podéis encontrar las biografías de Björn Ironside (en inglés) y Ragnar Lodbrok (en castellano).


14 de octubre de 2010

El mito del 'cowboy'

Sin cowboy, el western no tendría a nuestros ojos más que un escaso sentido. Un cowboy de western (en una palabra) no guarda, de ordinario, más que un ligero parecido con un simple “cow-boy” (en dos palabras), el cual, según todos los diccionarios, es tan sólo un “chico que cuida las vacas”, un vaquero.
Sin embargo, es exacto que el cow-boy americano, en su propia realidad histórica, pertenece al mundo de la aventura; y su mitificación le convierte fácilmente en un semidiós. Pues aparece, durante el segundo tercio del siglo XIX, para relevar al vaquero de los propietarios mexicanos, el cual existía desde el siglo XVII, y ejerce un imperio sin límites sobre la mitad del territorio de los Estados Unidos durante cerca de 50 años. Desaparecido casi por completo en estos lugares (en su forma primitiva), todavía existe en Canadá donde es posible ver, en las proximidades de Calgary, a los hombres de la pradera vestidos con blusones, el célebre pañuelo, “blue-jeans” y botas, conduciendo su ganado y entrando en los hoteles de la ciudad al final de sus extenuantes cabalgadas.

Apareció en todas partes en las que las manadas vivían en campo abierto, donde eran precisos hombres a caballo para guardarlas, juntarlas y guiar el ganado. Es inseparable de sus bóvidos, de la hierba que comen (la de la Pradera), del agua a la que es preciso llegar bajo pena de muerte, de los caballos sin los que sería imposible controlar a millares de animales dispersos. Es por excelencia el hombre de la civilización de la estepa, en medio de un país en vía de industrialización intensiva, y necesariamente tiene su estilo de vida y sus valores morales.

El cow-boy apareció primero en Texas, estado líder en ganadería. Liberado del dominio mexicano en 1836 y Estado de la Unión en 1845, poseerá al final de la guerra civil cinco millones de cabezas de ganado mayor. El cow-boy encontró allí su pleno empleo, heredando entonces los métodos de los vaqueros y, en cierto modo, su forma de vestir. Confinado en Texas, alcanzó una reputación “americana” en 1866-67, cuando fue preciso encontrar nuevas salidas para los productos de una cría intensiva. Entonces los cow-boys condujeron sus inmensas manadas hacia el Norte, donde crecían las ciudades industriales.
De este modo los cow-boys se dispersaron a través de los Estados Unidos. Durante 30 años, de 1866 a 1895, el cow-boy se convirtió en figura nacional, y ya, de cierta forma, en héroe americano. Su carrera finalizó cuando la ampliación del ferrocarril hizo inútiles esas largas migraciones de ganado y cuando la instalación de vallas de alambre puso fin a la dispersión de los animales.

Auténtico cow-boy americano (1888)
El cow-boy desmitificado, despojado de su prestigio legendario, era en sí mismo un personaje bastante sorprendente. Frente al dueño del ganado, el cow-boy era un modesto asalariado que por 25 o 30 dólares mensuales era más fiel a su trabajo que a su amo. En total fueron algunos millares que permanecieron finalmente anónimos, a pesar de la gloria del modelo cinematográfico. Joven, atlético, llevando vida de soltero entre otros solteros, el cow-boy era generalmente taciturno, más acostumbrado a los silencios de las llanuras que a las conversaciones de la sociedad. Cuando llegaban a una ciudad se gastaban en una semana la paga de un año.

Sus rasgos más característicos son de sobra conocidos:
  • El caballo, indispensable en toda civilización de estepas.
  • El sombrero, fabricado a partir de 1865 por Stetson y que costaba de 10 a 20 dólares.
  • El pañuelo contra el polvo y el célebre blue-jean.
  • Y finalmente, el Colt, utilizado contra los animales y los ladrones.


Fuente:
El universo del western – Georges A. Astre


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